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En Septiembre cumple años mi hijo menor. Para quienes no tienen hijos ni se relacionan regularmente con infancias les voy a explicar una cosa: los niños son un recordatorio constante del paso del tiempo ¿Por qué? Porque cuando los conocés usualmente son una papa que no hace nada y con el tiempo se transforman en seres pensantes que salen con las ocurrencias más increíbles. Nada remarca el paso del tiempo como recibir un argumento impecable de una personita que hasta hace un tiempo no podía ni caminar sola.
El cumpleaños de mi hijo es obviamente un momento feliz en mi vida, pero ese aniversario dulce me recuerda a otro que no lo es tanto: el momento en el que empezaba a gestar en mi cabeza una de las peores ideas que tuve en la vida: dejar un emprendimiento funcional para buscar trabajo “desafiante”.
¿Por que decidi hacer eso? En 2021 estaba en mi pico de creación de contenido en programación, mucho engagement, mucho ruido, muchas oportunidades… muy poca profundidad. Es uno de mis mayores karmas: no tengo la capacidad de hacer contenido popular y mantenerlo en el tiempo porque me molesta caer en la fórmula “edutenmeint”. Con todo respeto a mis colegas influencer del mundo programador, eso es lo que hacemos la mayoría del tiempo: contenido de entretenimiento disfrazado de educación. Contenido corto, entretenido que suple la serotonina de estar aprendiendo sin tener que aprender de verdad. Y está bien, es lo que la industria nos pide si queremos vivir de eso. Es la forma de captar sponsors y marcas. El tema es que si esas son las reglas yo sinceramente prefiero vivir de programar o dar clases.
El punto es que me sentía muy superficial y quería buscar un desafío, un trabajo que me pidiera dedicación, conocimiento y creatividad. Un trabajo altamente técnico. Después de algunos meses de búsqueda (con un bebé de menos de un año a cuestas) me quedé con el trabajo que tenía el challenge más dificil. No miré nada más ni medí otros parámetros como cultura laboral, valores de los fundadores ni nada. Obviamente, los problemas empezaron casi inmediatamente.
No quiero rumiar mucho sobre esa experiencia pero mencionar algunas cosas que me afectaron directamente y contribuyeron al desastre, las más importantes fuego falta de definición, micromanagment constante y falta de feedback (no recibí una code review en al menos seis meses).
Yo buscaba tareas técnicas para desafiarme y aprender, pero el problema es que sin feedback me es imposible medir progreso ¿Cómo podía saber yo que estaba efectivamente tomando mejores decisiones? Ojo, quizás otros profesionales puedan, pero yo no. Además que no quería eso. Yo quería trabajar en equipo y crecer, para trabajar sola me quedaba emprendiendo.
Si vamos más allá, yo no buscaba mejorar profesionalmente nada más. También quería probar que podía, que soy más que una creadora de contenido charlatana. En ese aspecto lamento decir que este trabajo no solo no me ayudó, también me costó al menos un año de terapia hasta que dejé de sentir que soy un fraude. Y bueno, quien sabe, quizás si soy un fraude.
Después de un periodo de sanación volví a emprender y creo que esta vez es para siempre pero ya no porque no “crea” que no puedo con un rol, más bien porque acepté que no puedo pretender que otros me den las herramientas que yo necesito para mejorar profesionalmente en este momento de mi vida. Decidí armar mi propio marco de trabajo para medir impacto en mi carrera.
Nuestra relación con el trabajo
Cualquier persona racional puede deducir que bajo las reglas del capitalismo actual el trabajo ni dignifica ni da dirección a nuestras vidas, pero lamentablemente es inevitable la búsqueda de un sentido extra al intercambio de plusvalía por remuneración. Esta búsqueda se intensifica cuando el trabajo está ligado a nuestra vocación. Cuando uno ama lo que hace es entendible el querer hacerlo bien, incluso en las condiciones más hostiles.
Hace relativamente poco mi hermana se quedó sin trabajo. Al margen de que la falta de un ingreso fijo la afecta esto también tuvo un impacto en su estado de ánimo: “trabajar me ayuda a no estar todo el día pensando boludeces” fue una de las frases que escuchamos decir. A mi me lleva a pensar cuantas de esas boludeces no son justamente consecuencia de una vida de trabajo en condiciones hostiles. El ciclo sin fin.
Cuando digo hostil no no me refiero necesariamente a “malas condiciones laborales” en los téminos que considera la ley. Un lugar de trabajo puede estar listado como “Great place to work” y aún así ser un infierno de burocracia, amiguismo y falta de sentido.
Vivimos en un momento donde la finalidad principal de todo lo que se crea es maximizar ganancia escondido detrás de slogans inspiradores. Les dejo un pequeño glosario emprendedor:
Democratizar el uso de fintech en LATAM → Queremos maximizar ganancia
Inclusión y modernización de healthtech → Queremos maximizar ganancia
Mejorar procesos en el agro → Queremos maximizar ganancia
Puedo seguir, pero creo que entienden el punto. Cualquier búsqueda de mejora a la sociedad dentro de las actividades lucrativas de una empresa es siempre tangencial a la búsqueda de ganancia. Y nuestra propia búsqueda de sentido es la tangente de la tangente.
Y en el medio, nosotros
La cultura del trabajo está cambiando nuevamente. Cuando yo ingresé a la industria hace veinte años atrás era moneda corriente ver noticias sobre como los milenial somos unos rebeldes sin causa y terribles empleados por tener pretenciones terribles como buen sueldo y balance vida-trabajo. Ahora se ven las mismas notas pero apuntando a la Gen Z.
Quizás el problema de base viene del mismo lugar que todos los otros problemas de los que hemos hablado en este newsletter: la inmediatez, la falta de seguridad económica, la completa pérdida de la identidad cultural y una enorme necesidad de horizontes claros.
Si no tenemos esperanza ni sueños, todos los planes se desbaratan entre debacles económicas y conflictos internacionales y encima tenemos que trabajar si o si para subsistir. Si ese trabajo se lleva al menos un tercio de nuestro día es natural que busquemos darle un sentido, por más lejano y tangencial que sea.
La realidad es que, en un sistema donde la ganancia es el único fin, el sentido que buscamos en el trabajo es efímero, frágil, y muchas veces, una ilusión. La verdadera realización no vendrá de un título, una posición o un salario. Vivimos en tiempos donde redefinir el trabajo, más que un lujo, se convierte en una necesidad para sobrevivir con la cabeza y el corazón enteros. Y mientras transitamos estos cambios, nos queda el desafío de reconstruir la relación que tenemos con lo que hacemos y, más importante aún, con nosotros mismos. Porque al final del día, el trabajo es solo una parte de la ecuación, y la vida que realmente vale la pena vivir se encuentra… bueno, no sé exactamente donde, pero definitivamente por acá no es. Feliz viernes.
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